domingo, 24 de febrero de 2013

Papel vs. Hormigón

Érase una vez un reino que se situó durante muchos años a la cabeza de los rankings de consumo per cápita de cemento. En este lugar se vivió durante ese tiempo una auténtica fiesta del hormigón: la gran burbuja. No vamos a contar la historia de cómo se acometieron obras que no respondían a ninguna de las necesidades del pueblo, justificadas en estudios de demanda amañados en el caso de algunas infraestructuras de obra pública, o simplemente en caprichos personales de ciertos gobernantes en el caso de edificios emblemáticos. No nos centraremos en la fiebre de los "cortacintas" jaleados y avalados por la sociedad en las urnas, sino que hablaremos de la dinámica de sangrado de la hacienda pública una vez que se ha decidido que una obra se va a llevar a cabo.



Hay que señalar que en esta tierra sus habitantes estaban muy orgullosos de sus gigantes del Ibex: empresas energéticas y de telecomunicaciones provenientes de antiguos monopolios estatales, bancos y constructoras. Estas últimas habían contribuido durante décadas a materializar todo el flujo de fondos provenientes de Europa, con mayor eficacia que por ejemplo las empresas griegas, polacas o rumanas en sus respectivos países. Entre ellas y las diferentes administraciones públicas habían creado un sistema que además servía de barrera de entrada a los gigantes europeos del sector, que no comprendían o no asumían los riesgos de una dinámica basada en la falta de seriedad institucionalizada. Una función en realidad muy sencilla: 1er acto) comprometerse a ejecutar una obra por un 30% o 40% menos del presupuesto de partida que habían estimado los proyectistas, para, 2° acto) una vez conseguida la adjudicación de la obra, tratar de presentar modificaciones al proyecto original que no solo aspiraban a recuperar la baja de la oferta ficticiamente competitiva que ellos mismos habían presentado, sino a duplicar o incluso triplicar dicho presupuesto de adjudicación, rompiendo así su compromiso inicial. Pero para jugar a este este juego se necesitaba además una premisa: que el proyecto sea deficiente, que contenga errores o aspectos mejorables a los que la constructora pueda "hincarles el diente" a la hora de presentar propuestas de modificación (a esta tarea de búsqueda depredadora los técnicos de la constructora destinan tanto tiempo y esfuerzo como a la propia gestión de la ejecución). Es evidente que esto resultaría mucho más difícil ante un proyecto bien definido. En general cada € destinado a papel ahorraría a la sociedad 1.000€ en hormigón, es decir, todo el esfuerzo puesto en encargar un buen estudio técnico inicial le reportará al promotor de cualquier obra grandes ahorros en la fase de ejecución, y sin embargo aquí siempre se ha sido cicatero con los plazos y el dinero asignado a los proyectos de papel, y generoso seguidamente con el presupuesto destinado a su materialización. Quizá interesaba. Quizá los gigantes de SEOPAN eran a su vez generosos con los poderes públicos que aprobaban sus proyectos modificados, no sé... o quizá soy un mal pensado, que también puede ser.

PD: como es habitual, lo mejor de este post son los vínculos a otros artículos relacionados con el tema; recomiendo su lectura.

viernes, 15 de febrero de 2013

Soluciones al servicio del ciudadano


Es necesario apostar por muchos de los proyectos y propuestas englobados bajo el concepto ciudad inteligente, pero a la vez debemos ser cautos y mantener alerta el espíritu crítico para que no nos hagan comulgar con ruedas de molino vendiéndonos soluciones que responden a problemas ficticios.

Por un lado medir y cuantificar es el paso previo para poder identificar las ineficiencias en sistemas tan complejos como los urbanos, y esta recolección de datos y su transformación en información mediante el análsis de indicadores está también en la base de la propuesta de soluciones, pues todo ello nos ayuda a valorar el tamaño relativo de cada problema. Sin embargo por otro lado no deberíamos caer en la innecesaria o excesiva tecnificación de las ciudades, ante todo en un contexto económico como el actual en el que hemos de dirigir las inversiones de manera mucho más certera que en el pasado: si la ocupación de n plazas de aparcamiento puede monitorizarse mediante una sola web cam y un programa de visión inteligente que realice el conteo, será mucho mejor que picar el pavimento e instalar tantos sensores como plazas, por ejemplo. Pero no solo eso, de manera previa deberíamos evaluar si el aparcamiento es un problema acuciante en el entorno sobre el que se proponen tales medidas... y es que las smart cities no deben convertirse en escaparates de posibilidades o capacidades técnicas que no resisten un análisis básico coste/beneficio (incluso imputando como beneficios imponderables no económicos).

Una vez evaluado en cada caso el "tamaño del problema", las soluciones vendrán (o no), de la mano de la tecnología, sin olvidar 1) el recorrido de mejora que hay en ámbitos más tradicionales (gestión, marco jurídico, economía) previos a la inversión en ningún tipo de obra o elemento tecnológico, ni 2) los problemas que afectan más directamente a la calidad de vida de los ciudadanos, y que no se enmarcan en muchos casos en el capítulo de los servicios urbanos (desempleo, educación cívica, acceso a la vivienda...).


El anterior orden de prioridades parece evidente, pero pocos se atreven a señalarlo, como en la fábula del traje nuevo del emperador. Por eso me resultó tan gratificante dar con un punto de vista similar en el encuentro del panel Cities in Motion que convocó el IESE el pasado 31 de Enero, el de Fernando Rayón, recomiendo fervientemente la lectura de su blog.