sábado, 15 de marzo de 2014

El colmado

Me llama la atención la mantequería, como anclada en el tiempo. Zócalo de mármol, jambas de madera labrada, escaparate repleto de productos en conserva, cada uno con un letrero y su precio escrito a mano. Cartel de tipografía vetusta. Son las 4 de un viernes, y no he comido. Hacen bocadillos. Me meto.

"Tercera generación, sí señor. Mi padre heredo la tienda de mi abuelo... ellos sí que vivieron buenos tiempos, esto hoy no tiene nada que ver. De aquella en el barrio el que menos tenía cuatro o cinco hijos, ya sabe, aquí son todos pisos grandes, y en el que no, pues se apretaba uno. Además no existían los supermercados, y dábamos servicio a muchísima gente. Hasta siete empleados llegó a tener mi padre, siete familias viviendo del negocio. Hoy somos el mozo y yo. Le llamo el mozo porque empezó con 14 a trabajar conmigo, pero ya es más mayor que tú, pasa los 40. Y gracias a tener el local pagado, que si tuviese que soportar un alquiler esto no da de sí. Seguimos porque muchos clientes de toda la vida valoran el servicio a domicilio, el trato. A mí me llaman por teléfono para que les lleve un kilo de lentejas, y yo voy y me acerco, eso no está pagado. Pero claro, ahora quedan uno o dos por cada casa, personas muy mayores, y si vienen jóvenes a vivir al barrio suelen coger el coche el fin de semana para hacer la compra. Yo, claro, no ofrezco de todo, chacinas, conservas y bebidas sí, y todo de muy buena calidad, pero nada de droguería o menaje. No, yo hijos no tuve. Aquí todo el día metido; aguantaré poco más hasta jubilarme.
Aquí tiene el bocadillo, son dos cincuenta. Muchas gracias y buena tarde."