sábado, 7 de enero de 2017

Los que tienen y los que no tienen



Acabo de leer este ensayo, por recomendación de mi compañera Iskra, y creo que vale la pena reseñarlo. En él Branko Milanovic aborda las siguientes cuestiones (ojo, spoilers):

¿Es inevitable la desigualdad? y, sobre todo, ¿es positiva o negativa?
La desigualdad es inherente a todos los sistemas de organización social desde el inicio de la civilización=especialización=segregación de los individuos en grupos, en función de lo que cada uno de ellos ofrece al conjunto de la sociedad y por tanto en función del valor que el resto de la sociedad otorga a lo que cada uno aporta.

La teoría económica clásica indica como efecto positivo de la heterogeneidad de rentas que la existencia de clases altas genera un incentivo en las clases menos pudientes, define un estilo de vida que supone un referente al que aspirar y que motiva a cada individuo a esforzarse para lograrlo, lo cual contribuye al progreso general del conjunto de la sociedad. Desde Adam Smith a Milton Friedman esto se ha denominado la "sana ambición que vela por la armonía del mundo", pero yo lo llamo la teoría de la zanahoria y el asno, y como explicación no creo muy firmemente en ello: la gente que conozco no aspira a ser un Dan Bilzerian, sencillamente somos muy felices con un nivel moderado de prosperidad, una vez cubiertas nuestras necesidades materiales e inmateriales básicas. Como clase media del s. XXI nuestra esperanza de vida, nuestras oportunidades de acceso a la información, nuestra capacidad para disfrutar del ocio, para viajar, o para alcanzar la autorrealización son mucho mayores que las que pudiera tener a su alcance un aristócrata en el s. XVIII… bien podríamos valorar esto y sernos indiferente lo que haga el 1% más pudiente de la sociedad, si no fuera por lo siguiente: el desequilibrio de poderes. Por un lado la excesiva acaparación de capital por un reducido número de personas produce a su vez concentración de poder en una élite, élite que adopta medidas destinadas a proteger los privilegios de los pocos que la conforman, en detrimento de la mayoría. Por otro lado el efecto contrario, el ataque de una mayoría de desposeídos hacia los miembros de la élite y sus bienes, es igualmente injusta… y sin embargo ambas fuerzas contrapuestas llevan moviendo el péndulo de la historia desde el neolítico. Milanovic hace diversos análisis regionales e históricos (sumamente interesante el estudio del fallido experimento soviético, que conoció de primera mano en su juventud) para que el lector saque sus propias conclusiones a la hora de definir los umbrales de equidad que producen una expansión de la prosperidad en beneficio de la mayoría, sin eliminar los incentivos que sustentan el progreso. Estas premisas no las enumera el autor, pero las imaginamos:

  • Que la franja de menor renta tenga garantizados los elementos fundamentales de la pirámide de Maslow (sustento, vivienda, salud).
  • Que se dé la movilidad entre segmentos, para que la sociedad aproveche el 100% del potencial de todos sus miembros, y no se limite a sacar partido del talento de una élite impermeable.  
  • Que se premie e incentive la innovación, y la optimización de procesos en el marco de una economía de mercado transparente, con suficiente competencia, pero que también se de una asunción de riesgos y responsabilidades por parte del sector privado.
  • Que haya unas reglas ecuánimes a nivel global: actualmente los trabajadores del mundo desarrollado y los del mundo subdesarrollado compiten en condiciones desiguales: los primeros cuentan a priori con mayor cualificación y mejores medios de producción, y los segundos con un coste laboral mucho menor, unos medios de producción en mejora continua, y un marco legal mucho más laxo en materia medioambiental, laboral, y de seguridad y salud en el trabajo, lo que resulta injusto para ambos tipos de trabajadores.     

  • La adaptación de los países desarrollados frente a un escenario de cronicidad en su estancamiento, o incluso de decrecimiento, frente a lo cual habrán de implementarse medidas de disminución de las tensiones sociales, como ya están experimentando en Holanda o Finlandia.



¿Está logrando la globalización crear una clase media global creciente?
Cabe en primer lugar definir la globalización según los dos pilares teóricos principales en los que se basa: a) la libre circulación de capital y bienes, y b) la libre circulación de personas. Ambos pilares tan solo se han dado simultáneamente en el ejemplo de integración de la Unión Europea; de manera extensiva el conjunto de acuerdos comerciales que dan forma a la globalización se han centrado en permitir únicamente la circulación de capital y en suprimir aranceles, pero las barreras a la emigración permanecen. Dicho esto, de momento lo que se ha transmitido como unos de efectos positivos de la globalización, la creación de una clase media global, es tan solo un éxito parcial: Milanovic delimita este segmento en 850 millones de personas, y lo hace considerando el conjunto de la población mundial y de la renta global, (europeos, norteamericanos y japonenes caen por encima del segmento y son considerados en su mayoría “clase alta”, dentro de estas regiones solo los más humildes serían “clase media mundial”: ésta está conformada fundamentalmente por asiáticos, y una estrecha franja de latinoamericanos, mientras los africanos caen por debajo.  Bien, pues esta “clase media” (15% de la población) genera y disfruta tan solo del 4% de la renta mundial, cuando el 1% que encabeza la distribución (las clases altas de los países desarrollados: 60 millones de personas) generan y disfrutan del  13% de la renta. Vivimos en un mundo altamente desigual: si se quiere disminuir la desigualdad global hay dos formas evidentes: equiparar las rentas medias de los países, y paliar las desigualdades internas de manera extensiva.

¿Se están produciendo estos fenómenos? ¿en qué medida? para conocer la evolución de la desigualdad general hay que responder a los siguientes tres puntos, los dos primeros son vectores que aumentan la desigualdad global, y solo el tercero juega a favor de su disminución:

1)¿están aumentando, en general, las desigualdades dentro de cada nación?


Por lo general, sí. Al hilo de lo ya expuesto por Noam Chomsky en Réquiem por el Sueño Americano, pone el ejemplo del país más rico del mundo, y el tercero más poblado: la desigualdad en EEUU alcanzó su mínimo en los años 70 (Gini de 0,35), desde entonces la renta disponible por las clases medias en PPA no ha aumentado (aunque sí la naturaleza de los bienes que se pueden adquirir, gracias al progreso tecnológico, lo que impulsa la percepción de prosperidad creciente), mientras que el  1% de la población que encabeza la distribución de ingresos ha pasado de disponer entonces del 8% de la renta al 16% en la actualidad, con un Gini de 0,47. El aparato fiscal redistributivo parece estar averiado desde Reagan, al igual que el ascensor social (la mejor igualdad de oportunidades la garantiza un sistema educativo asequible y de calidad homogénea). El caso es que  -esto es una apreciación mía- en esta desigualdad creciente, y en la frustración de las clases humildes, puede estar la clave de los últimos resultados electorales… paradójicamente Trump ha recogido los frutos de la indignación por los mismos hechos que denunciaba Sanders, la diferencia entre uno y otro radica en que Trump apunta hacia culpables externos, y Sanders señalaba a responsables internos…  la gente siempre prefiere culpar a enemigos de fuera.

2)¿están creciendo, por término medio, más deprisa los países ricos, o los pobres?
La realidad (quizá contraintuitiva) es que, en las últimas décadas, y aún a pesar del estancamiento de los países desarrollados durante la presente crisis, se sigue dando una divergencia y no una convergencia económica, el siguiente caso es el más frecuente, con dos grandes excepciones, como se verá en el punto 3:
País desarrollado X: renta per cápita año t=30.000$, crecimiento=0,6%
-> renta per cápita año t+1=30.180$
País subdesarrollado Y: renta per cápita año t=3.000$, crecimiento=5,0%
-> renta per cápita año t+1=3.150$
 Resultado: la brecha entre X e Y en el año t+1 se ha ensanchado. A ello contribuye también el crecimiento demográfico de los países subdesarrollados (hay que dividir el PIB entre más “cápitas”). Esta disparidad entre países sitúa el Gini mundial en 0,63, una cifra comparable a la de los países con mayores desigualdades internas, como Sudáfrica.

3)¿Están China y la India creciendo más deprisa que los países ricos? 


Sí: son las grandes excepciones al punto anterior y entre las dos naciones suponen el 35% de la población mundial. En el caso de la India el crecimiento (7,6% en 2015-2016) compensa la baja renta de partida inicial, mientras que China ha alcanzado ya un nivel medio de riqueza suficiente como para que la brecha se cierre respecto a los países desarrollados, incluso con cifras de crecimiento algo más moderadas que las de la India. El problema en ambos megapaíses es de desequilibrio regional, tan solo determinadas regiones se están subiendo al tren de la prosperidad, mientras extensísimas zonas rurales siguen sumidas en un profundo subdesarrollo, foco de inevitables tensiones presentes y futuras.



Puntos fuertes del ensayo:
Milanovic describe muy bien las diferentes regiones del mundo: los países de Latinoamérica por un lado y los estados de EEUU por otro son relativamente homogéneos entre sí  (en el caso de LATAM el ratio de rentas entre el país más rico (Chile) y el más pobre (Nicaragua) es de 5,4 a 1, y en EEUU esta ratio se limita a ser 1,5 a 1 entre New Hampshire y Arkansas), y muy heterogéneos internamente (conviven en un mismo espacio clases muy dispares, llegando Brasil y Bolivia a índices Gini próximos a 0,60). Sin embargo en Asia y Europa se da una mayor homogeneidad intrapaís (Ginis en la franja 0,25-0,35), pero mucha más disparidad interpaís (ratio de rentas entre Japón y Bangladesh de 32 a 1, o de 27,5 entre Luxemburgo y Albania).
Hace además análisis históricos muy interesantes, por ejemplo narrando la descomposición de la URSS en 1991 desde un punto de vista original, por el cual la república más rica (Rusia) decidió soltar lastre y emanciparse del rosario de repúblicas asiáticas y europeas que de un modo otro recibían subsidios del estado central.

Puntos débiles:
Es meramente descriptivo del hecho de la desigualdad, pero no se mete a analizar las causas, como sí aborda Jared Diamond en Sociedades Comparadas.





Por otro lado hace una interpretación de la crisis actual según la cual ésta fue desencadenada por la desequilibrada participación de ricos y pobres en la riqueza generada en el periodo 1975-2005, efecto que se palió mediante la concesión de crédito de los primeros a los segundos (los bancos son meros intermediadores), lo que originó tensiones especulativas que acabaron en terremoto cuando se demostró la incapacidad de las clases medias y bajas para devolver lo prestado (un flujo crediticio que en la UE se dio desde el norte hacia el mediterráneo). Esto describen bien parte del proceso, pero deja de lado la raíz del problema, los motivos primarios de la debacle ¿por qué dejaron de pagar las clases medias y bajas las deudas adquiridas? Para responder hay que recurrir a una lectura más materialista/Keynesiana de lo ocurrido: la primera ficha en tirar ese dominó fue el repunte del precio de materias primas, entre ellos el petróleo como elemento transversal. Sencillamente, en 2008 se dio el primer choque contra el techo de cristal que suponen los recursos limitados del planeta

Un techo que nos obligará en el futuro a esforzarnos en dos direcciones:

Primer reto: desacoplar la economía del uso de recursos. Si, siendo poco más de siete mil  millones de personas producimos ya una huella que excede la capacidad del planeta, o volcamos todos nuestros esfuerzos en este objetivo, o estamos abocados al fracaso como civilización. En este sentido son interesantes, y pasan demasiado inadvertidas, las propuestas en torno a la economía circular (referencias aquí y aquí) que ponen el foco en la transición hacia sistemas basados en energías renovables, reducción de la generación de residuos (desde la fase de diseño de los bienes de consumo) e intensificación del reciclaje, midiendo y optimizando el ROI energético de cada paso dado por el sistema económico y minimizando las externalidades que producen (siendo las más graves el cambio climático y la pérdida de biodiversidad).

Segundo reto: recurrir a fórmulas de reparto más ecuánime de la riqueza mundial, incluso asumiendo que la tarta a repartir no puede crecer indefinidamente. A su vez, esto pasa por dos puntos de los que, de nuevo, se habla poco:



Resulta muy sorprendente que Naciones Unidas, al definir los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible que en 2015 reemplazaron los Objetivos del Milenio (lamentablemente solo se alcanzaron de forma parcial), omita la moderación demográfica como una meta deseable, y siga haciendo hincapié en la ilusión del crecimiento ilimitado (objetivo número 8), cuarenta años después de la publicación de Los Límites del Crecimiento.

Cierro con un ejercicio que Milanovic no acomete, pero que resulta simple y elocuente. ¿Qué pasaría si de un día para otro se abriesen las compuertas entre países y entre clases sociales, y se lograse un hipotético Gini mundial de 0, es decir: la igualdad total?

El PIB Mundial en PPA según el FMI fue de 106.971.970·106$ en 2014, lo que, dividido entre los 7.200·106 de habitantes de ese año, arroja una renta per cápita media global de 14.857$/persona·año, por lo tanto, el rasero por el que toda la población mundial se igualaría es equiparable (según se ve aquí) al nivel de renta de países realmente modestos, como Costa Rica, Tailandia, Argelia o Colombia: esto sería una gran noticia para el África Subsahariana, pero supone un decremento enorme para Europa, Japón y EEUU, e incluso se halla por debajo de la renta de países moderadamente desarrollados como México, Rumanía o Turquía. 

Si vives en un país desarrollado, seguramente quieras seguir siendo parte de la élite del mundo, al tiempo que miras con recelo a la élite de tu país, sin ver que ambos desequilibrios, el que disfrutas y el que sufres, son igualmente injustos.



¿Lograremos ser menos para tocar a más? ¿llegaremos a acabar con las injusticias y equilibrar la distribución de la riqueza? ¿conseguiremos aprovechar mejor los recursos para minimizar nuestro impacto en el planeta? ¿podremos hacerlo en un escenario de precios energéticos incierto?

Sin duda nos encontramos en una encrucijada, hagamos una mínima contribución personal a todo ello sacando estas cuestiones a debate.