lunes, 8 de julio de 2013

Hambre

Puedes dar por hecho que esta crisis es una simple pesadilla, y que pronto despertaremos y volverán los tiempos previos a 2008, o puedes valorar y asumir que el modo de vida que llevábamos esta minoría de la humanidad compuesta por los ciudadanos de la OCDE era en todo caso excepcional, y que difícilmente vamos a recuperar los niveles precedentes de consumo (lo cual de hecho constituiría un gran alivio para el medioambiente, si no fuese porque nuestra moderación se va a ver compensada por el traslado de la demanda -aumentada- a Asia). Yo tiendo a pensar lo segundo, pues intrepreto la crisis* como un terremoto causado por las tensiones acumuladas entre un Occidente cada vez más endeudado con un Oriente cada vez más ávido de los recursos que hasta entonces había acaparado para sí el mundo desarrollado, y ya se sabe que tras los terremotos, las placas en fricción jamás vuelven a la posición previa. Nada será igual después de esto.

*reconozcamos de una vez el orígen de la crisis en la escalada de precios de las materias primas en 2006-2007: el colapso financiero al que se apunta como desencadenta llega después, cuando los titulares de hipotecas subprime caen en el desempleo y/o deciden dejar de pagar antes la vivienda que la calefacción o el alimento. Crisis financiera con un desencadenante físico/real.

Pero en todo caso no me preocupan las alertas macroeconómicas que indican que el consumo de cemento ha descendido un 81%, o que la venta de coches haya bajado un 56% en los últimos 5 años. Lo que me alarma es que se empiece a hablar de hambre, después de 60 años prácticamente sin conocer ese fenómeno en España. Me preocupa que se desmayen los niños en los colegios por haber acudido sin desayunar, y me preocupa encontrar a gente rebuscando en la basura frente a mi portal. Eso es lo grave, y lo paradójico, en una sociedad que derrocha un gran porcentaje de los alimentos que es capaz de producir. Para alguien nacido en otra latitud, el debate sobre qué bienes de consumo son básicos y cuáles accesorios es absurdo por evidente: alimentación, vivienda, ropa, agua y energía son imprescindibles, el resto superfluo. De hecho los dos últimos no se consideran bienes de consumo, sino "servicios básicos", este nombre ya lo dice todo.


En efecto, la provisión y disponibilidad de alimentos constituye algo tan básico que se había vuelto una capa invisible del metabolismo urbano, una capa no estratégica y por tanto delegada en su mayor parte al sector privado (al contrario que en otros momentos históricos). En este sentido me llamó mucho la atención ver cómo Richard Plunz ponía el foco en su reciente conferencia en el COAM en describir el sistema de suministro alimentario a la ciudad de Nueva York. ¿Y por qué no?, ¿acaso para Roma no fue vital contar con el trigo de Sicilia, Egipcio o la Cartaginense?, ¿acaso una huelga de transporte y el subsiguiente desabastecimiento no contribuyeron a desestabilizar al gobierno de Allende?. En el presente como en el pasado las ciudades son similares a grandes organismos sociales, y al igual que precisan respirar y beber, necesitan alimentarse. Pensando en términos de flujo, todo lo que llega a Mercamadrid y a los grandes centros comerciales de la ciudad tendrá finalmente dos únicos destinos: las plantas de tratamiento de RSU y las depuradoras que tratan todo lo evacuado a través del agua. Pero, ¿cuál habrá sido su orígen?, ¿qué recursos se habrán invertido en proveernos de comida?

Viéndolo con perspectiva, el alimento ha pasado de constituír el principal gasto de un hogar antes de la revolución industrial, a suponer tan solo un 15% del gasto en consumo de una familia media en la actualidad [4]. Todo ello gracias a los avances en técnicas agroalimentarias, pues si en 1900 el trabajo de un agricultor alemán bastaba para dar sustento a cuatro ciudadanos, en 1980 cada agricultor germano ya producía lo suficiente para alimentar a 35 personas [1]. Es una forma de expresar en qué medida ha disminuído el porcentaje de población activa empleada en el sector primario en paralelo al aumento de la productividad de la tierra impulsada por la mecanización y por el empleo de  fertilizantes y pesticidas petroquímicos. Hoy en día 16,1 millones de km2 de suelo cultivado generan lo suficiente para para nutrir (desigualmente, eso sí), a la humanidad, esto supone una ratio de 0,23 hectáreas cultivadas por habitante. En 1960 esta superficie era ya de 14,1 millones de km2 y por tanto la  ratio era de 0,47 hectáreas por habitante. Se ha podido así pasar de 3.000 a 7.000 millones de personas aumentando la superficie cultivada en tan solo un 12%.

En definitiva, gracias al petróleo y a la revolución verde tenemos capacidad sobrada -mientras aún dure aquél- para erradicar este problema incluso en los países en desarrollo, por esto sorprende y decepciona aún más que en nuestro supuestamente civilizado "primer mundo" el sistema falle en un eslabón tan vital como es el de la distribución alimentaria justa y ecuánime.

Llegados a este punto: conmovámonos, avergoncémonos, reaccionemos.


[1]Tony Judt, "¿Una gran ilusión?, un ensayo sobre Europa"