domingo, 31 de mayo de 2020

Ciudades reactivas, (parte II)

No suelo revisitar entradas antiguas, pero esta vez he de hacer una excepción con este artículo de hace un par de años por dos acontecimientos concretos:

El primero de ellos ha sido el anuncio de Sidewalk Labs -estudio de diseño y promotora urbanística del grupo Alphabet (aka Google)- de abandonar el proyecto que trataban de impulsar en Toronto. Esta retirada ha sido celebrada por la corriente de urbanistas más tradicionales, que nunca vieron con buenos ojos el intrusismo de una empresa así en el ámbito del desarrollo urbano e inmobiliario. Aún reconociendo en el proyecto muchos defectos, tenía mucha curiosidad por ver qué soluciones implementaba Google, y en este sentido veo una oportunidad perdida, haré tres apuntes sobre ello:
  1. Toronto pierde un buen inversor, tradicionalmente Google, en una búsqueda frustrada de la diversificación de su actividad (basarlo todo al marketing digital es una debilidad a medio plazo), invierte montañas de dinero en R&D.
  2. Parece presuponerse que Google iba a hacer un uso ilícito de los datos recogidos en este entorno urbano, y pondría la mano en el fuego porque se hubieran ceñido escrupulosamente a la transparencia que la ley canadiense exige; en este sentido los ataques me parecen un argumento ad hominem que demoniza a Sidewalk Labs por la actividad principal de su empresa matriz (cuyos términos y condiciones en el resto de servicios digitales que presta son a su vez bastante transparentes y en todo caso legales). 
  3. No creo sin embargo que hubieran llegado a sorprendernos mucho por lo reducido del ámbito de actuación (¡tanto ruido por menos de 5 hectáreas!); la gestión urbana basada en datos y dinámica -por ejemplo en el campo de la movilidad- despliega su potencia analítica a partir de escalas mucho mayores. En lo que sí tenía fe era en que conformara un proyecto piloto de un nuevo paradigma de  entorno urbano no autista: una ciudad flexible y reactiva a las necesidades de sus usuarios. 
Respecto al último de estos tres puntos, ya cité en la entrada original la admiración que me produce el trabajo del estudio de Jan Gehl, que, si bien se basa en procesos manuales de observación y recogida de datos, aplica el método de prueba, medición y corrección. Es sin duda una hibridación del método científico y el diseño urbano tradicional.

El segudo de los motivos que me han llevado a revisitar aquel artículo es la disrupción que la COVID-19 ha introducido en nuestras vidas, y en cómo algunas de las profundas convicciones que teníamos sobre cómo han de ser nuestras ciudades se han tambaleado en el contexto de la pandemia:
  • Allí donde la búsqueda de la densidad siempre se ha visto como una virtud, ahora encontramos mayores riesgos que vienen a matizar cuál es la concentración óptima de residentes por km2.
  • Allí donde nos resignábamos a vivir en pisos de poca superficie y sin espacios que permitan estar al aire libre y recibir unos minutos de sol al día, tras dos meses en casa le pedimos a nuestra vivienda algo más
  • Allí donde el transporte colectivo siempre se ha considerado positivo, por su menor impacto medioambiental, ahora lo vemos como un elemento de riesgo, favorecedor de los contagios masivos.
  • Allí donde los vehículos aparcados se vehían como algo natural, parte de la escena urbana con la que hemos crecido, ahora vemos que roban un espacio vital si queremos mantener la distancia social en el espacio público. Además, hemos valorado muy positivamente unas semanas sin la contaminación asociada al tráfico.
  • Si tanto el transporte colectivo como el vehículo privado causan problemas, ¿por qué no optar por el no-transporte, por movernos mucho menos en el futuro que en el pasado?
Cuáles de estos elementos son solo pasajeros, y cuáles provocarán cambios permanentes en cómo vivimos y rediseñamos nuestras ciudades es algo que podremos comprobar dentro de un tiempo.