domingo, 7 de septiembre de 2014

500 dólares el barril

Entre 1900 y 2010 la población mundial pasó de 1.650 millones a 7.000, y la esperanza de vida se incrementó de 29 años a 74 años (en gran medida por el descenso de la mortalidad infantil). Los dos principales vectores que han permitido esto han sido la explotación de recursos -en concreto la disponibilidad de energía barata- y el ingenio del hombre, la ciencia y la tecnología, que garantizaron una mejora de las condiciones sanitarias y de suministro de bienes básicos sin precedentes; vivimos esta era, y parece que damos por hecho que el bienestar ha sido la regla y no la excepción en la historia de la humanidad. En un anterior artículo apuntaba a esta misma interpretación materialista de la historia reciente, contraponiendo por un lado la corriente de pensamiento neomalthusiana, con la más tecnooptimista. Mientras los primeros denuncian el agotamiento del planeta y afirman que hemos tocado un techo de cristal del que se deriva esta crisis económica con raíces materiales, los segundos confían en la tecnología para resolver los problemas de suministro que podamos afrontar en el futuro próximo. Hoy quiero dibujar un posible escenario distópico al que podríamos dirigirnos si es el primer grupo de pensamiento el que acaba por acertar su pronóstico.  



"El petróleo suponía el 40% de la energía primaria que consumíamos cuando se alcanzó su pico de producción en 2005. Entre ese año y 2008 su precio pasó de 40$/barril a 140$/barril, entonces se produjo el primer choque contra el techo de cristal: durante más de un siglo todo el sistema económico se había estructurado sobre la premisa de disponer de una fuente de energía barata. Tras este choque la recesión enfrió la economía y redujo los precios de las materias primas provisionalmente. 

Desde ese día cada intento de remontar se ha topado con los mismos límites, los precios de la energía ascienden si la economía parece recuperarse y luego bajan con el descenso de la demanda en cada recesión, pero nunca vuelven al nivel previo, la curva es escalonada y en líneas globales ascendente. Sin fuentes alternativas capaces de sustituir al petróleo, el siguiente escenario de prospectiva-ficción para las próximas décadas es tan verosímil como escalofriante.





Año 2030, tras cinco años por encima de 500$/barril el nivel de desempleo se sitúa en el 45% en EEUU, un alto peaje asociado a su modelo de dispersión urbana, mientras que Europa resiste mejor en este contexto, con niveles de paro ligeramente inferiores, pero en todo caso insostenibles. La sociedad a duras penas se adapta a la reducción forzosa de sus estándares de consumo. Hay quien compara esta nueva economía de guerra en tiempos de paz (paz tensa) a la situación de Cuba tras 1991, pero al menos en el Caribe el clima era más benigno, la disponibilidad de energía en invierno por encima de 45° de latitud no es una cuestión de confort, sino de supervivencia. 

El peso de la clase media se ha reducido a niveles previos a 1950, muchos de los nacidos en un hogar prototípico -padre y madre trabajadores cualificados, hogar en propiedad, dos vehículos y carrera universitaria- se ven abocados a la precariedad. En las ciudades los solares sin edificar y los parques se emplean para cultivar: cualquier trozo de tierra accesible a pie es útil para obtener unas calorías en forma de leña o alimentos. Se ha producido un éxodo a las zonas rurales, donde la carestía es menor. Formas de transporte tan anacrónicas como la tracción animal, la navegación a vela o el vuelo en dirigible resucitan y comparten paisaje con los generadores eólicos que ocupan cada cresta en la orografía del mundo hasta entonces "desarrollado". 

En los puertos de China los stocks de producción llevan años acumulándose. Las cadenas logísticas se han acortado, Europa y EEUU han retomado la producción local, y los precios de muchos bienes antes al alcance de cualquiera se han vuelto inasequibles para la gran mayoría: la demanda de bienes superfluos -ocio, electrónica- se ha desplomado, y la población ha de destinar a ropa y alimentos la mayor parte de su renta. El estado de bienestar es un recuerdo del que hablan los nacidos antes del 2000. Ante el aumento de la precariedad, de las enfermedades y la mortalidad, han retornado con fuerza las religiones en las sociedades antes laicas: la mayoría de la gente se debate entre el miedo y las falsas esperanzas.

En el día a día los sistemas de transporte colectivo que siguen funcionando, ante todo ferroviarios, no dan abasto. Los vehículos abandonados, aparcados en su último día de uso, son el paisaje habitual en las calles. Sólo las élites pueden permitirse el combustible, y eso salvando las restricciones impuestas para priorizar sobre los usos particulares a la agricultura, la logística, o el suministro de la maquinaria militar y policial. La inestabilidad es creciente dentro y fuera de las fronteras, la desesperanza de quienes pasan a ser "población excedente" no tiene límites: está movida por el hambre. En occidente ante las protestas ciudadanas se han suspendido los derechos democráticos, y directorios semitotalitarios han tomado el gobierno, maquillando la medida como algo excepcional y provisional. El racionamiento y la política del hijo único se universalizan allí donde todavía hay un estado para imponerlos (muchos países se han fragmentado o directamente sus aparatos de gobierno han desaparecido). Paradójicamente la espada de Damocles de una guerra nuclear -tan temida entre 1945 y 1989- cayó finalmente en la pugna por el escaso petróleo y gas de Cachemira, y se cobró la vida del 25% de la población de Pakistan y del 8% en la India, las consecuencias sobre los ecosistemas globales perdurarán por décadas. Rusia y Arabia Saudí han sido ocupadas por una fuerza militar mixta de países de la OTAN, China y Japón, que administran en tenso equilibrio la explotación de los últimos grandes yacimientos para evitar el colapso de sus sistemas productivos. Iberoamérica y África han de contar con sus propias reservas y los conflictos locales se multiplican, naciones enteras quedan fuera del reparto lo que, junto con los efectos del calentamiento global, provoca éxodos masivos. La situación es de crisis humanitaria permanente."

Esta visión puede parecer sin duda exagerada, agorera, ya que desde que tenemos memoria toda nuestra generación no ha conocido hasta 2014 sino progreso en sus tres variantes:

  • Progreso tecnológico imparable (con algún bache anecdótico como la retirada del avión Concorde (2003), o de los transbordadores espaciales norteamericanos)
  • Progreso social: con el aumento del número de democracias, y la extensión del estado de bienestar y sus derechos asociados (al menos hasta la crisis de 2008)
  • Progreso económico: aunque ya antes de la caída de Lehman Bros. empezó a languidecer, algo reconocido hasta por ultraliberales como Tyler Cowen, que ha medido y descrito cómo la clase media ha menguado en la primera potencia mundial en los últimos años (aunque lo achaque a otros motivos).




Las cuestiones que afrontamos son: 
  • 1] ¿resulta tan aguda la escasez energética que afrontamos como la describen?
  • 2] ¿existen alternativas viables -técnica y económicamente- para llenar el vacío que irá dejando el petróleo (y seguidamente el gas, el uranio, etc.)?
  • 3] como consecuencia de la crisis energética, ¿habremos tocado techo y viviremos el inicio de un declive como sociedad, y en caso afirmativo, ¿cómo de rápido será, abarcará varias generaciones, al igual que en el caso de lentos colapsos pasados?
  • 4] ¿hay alternativas factibles?¿se dará el consenso necesario para llevar a cabo una transición (previsiblemente costosa en muchos aspectos) hacia un nuevo modelo sin que se desencadenen conflictos intra e internacionales?
Esperemos que las respuestas sean 1]no 2]sí 3]no 4]sí, pero "esperar" con resignación cristiana es estéril, pasemos a la acción, y el primer paso útil es alertar sobre el problema que afrontamos y proponer soluciones. Es lo que hace Última Llamada (Manifiesto), te animo a firmarlo.