jueves, 1 de marzo de 2012

Metabolismo urbano

Las ciudades son organismos sociales. Respiran aire puro y exhalan aire viciado. Beben, devoran y expulsan detritos. Necesitan energía para latir, para brillar por la noche.











Echando una mirada al pasado encontramos historias de ciudades sitiadas, acosadas como un oso en una cacería: Madrid 1936-39, Leningrado 1941-44, Stalingrado: 1942-43... sufrieron, pero lograron sobrevivir en el semiaislamiento. Otras fueron abandonadas a su suerte, y perecieron: Volubilis, Augustobriga, Baelo Claudia, Angkor, Harappa o Mohenjo-Daro ...inquieta pensar en los últimos días de sus habitantes. 

Los termiteros humanos actuales han multiplicado su complejidad respecto a los de la antigüedad, y precisamente por eso han ganado también fragilidad. Necesitan unos insumos que cada vez cuesta más esfuerzo obtener: energía, agua, materiales... y crece su dependencia de lugares cada vez más lejanos, porque el medio rural inmediato suele ser insuficiente para generar los suministros necesarios. El pan que comeremos los madrileños el año que viene probablemente se haga con trigo ucraniano, debido a la presente sequía; nuestras herramientas de trabajo y nuestros bienes de consumo habrán viajado miles de kilómetros desde China o Corea, igual que viajarán hasta su destino los productos creados por nuestra (débil) industria.
Las ciudades son los nodos extremos de la tupida malla de transporte y logística que hemos configurado, y al mismo tiempo los nodos centrales del proceso más genérico que lleva a cabo nuestro sistema socieconomico-vital.


Pero la ciudad es también el principio definitorio de civilización. En ella todo ocurre y todo surge: los descubrimientos científicos y técnicos, el arte, la creación… todos los procesos que se basan en las complejas redes de relaciones en permanente comunicación y enriquecimiento mutuo como son las universidades, los foros de debate, sedes de congresos, etc. La gran ciudad es, en su aspecto más positivo, el medio de cultivo de la élite pensadora de toda sociedad, y sin embargo también representa al mismo tiempo un agujero negro que engulle a la población joven de las provincias y el medio rural de su entorno, donde la subsistencia tenía lugar en un mayor equilibrio con el medio. Esta es la faceta negativa. Así, la ciudad se constituye como una fuente que mana ideas, un lugar de oportunidades, pero también como aglomeración de masas que han de ser alimentadas de manera asistida. 
Mirando hacia el futuro podemos ver en qué medida las ciudades crecerán, ante todo -y esto es crucial- en el mundo en desarrollo. En los lugares más desfavorecidos el mayor reto seguirá siendo mantener un nivel mínimo de servicio en los suministros básicos y en la gestión de los deshechos (recordemos los objetivos del milenio incumplidos, y esos mil millones de personas aún sin acceso a agua potable, o los 2.000 millones que no hacen uso de redes de saneamiento, por ejemplo).

Suburbios de México DF
  
Si hoy uno de cada dos habitantes de los 7.000 millones que somos vive en una ciudad, en 2050 se prevé que lo hagan el 70% de los 9.200 millones que poblarán la Tierra. Esto supone pasar de 3.500 a 6.400 millones de "urbanitas", en las próximas décadas presenciaremos por tanto cómo prácticamente se duplica la población urbana actual. Para asumir este crecimiento demográfico -el estallido de la "bomba P"- las ciudades actuales tendrán que expandirse por sus cuatro costados, pero también en vertical. 

 
Además, deberán hacerse (más) inteligentes, para ganar eficiencia, para "lograr más con menos"; el concepto de "smart city" está en boga (quizá siguiendo cierto snobismo). Bajo esta piel se engloban conceptos de diseño y gestión mucho más próximos a la ingeniería que al urbanismo tal y como se ha venido entendiendo hasta hoy: generación eléctrica distribuida, gestión telemática del tráfico, eficiencia en el transporte público, en la distribución de mercancías, y en la recogida y tratamiento de RSU, control meteorológico automatizado del riego y del alumbrado, etc. Se trata sencillamente de cubrir el desfase entre lo que se hace y lo que podría hacerse en el diseño y gestión de las infraestructuras urbanas. Este mismo desfase lo encontramos en el campo de la edificación: las aplicaciones domóticas que deberían permitirnos, por ejemplo, encender la calefacción mediante un SMS dos horas antes de llegar de viaje, son sencillísimas, y sin embargo aún están muy poco extendidas.

En cualquier caso, ¿quién va a asumir el coste que supone superar este retraso?, ¿consideran ciudadanos y gobernantes que vale la pena pagar la batería de inversiones propuestas de cara a mejorar la eficiencia y la comodidad de uso de los servicios urbanos?. Parece utópico confiar mucho en ello, vistas las reacciones ante las subidas en las tarífas de dichos servicios: la relación entre gestores y usuarios parece ante todo de confrontación (y no solo por culpa de los usuarios, véase la reciente polemica de las lecturas estimadas bimestrales de contadores). Al hilo de este ejemplo, como abonado yo sí apostaría por un contador que se comunicase automáticamente cada hora con la compañía de agua/gas/electricidad (smart metering), y que me facilitase la curva de gasto de mi hogar, confiando en que esta información me ayude a poder realizar una mejor gestión, y por tanto un ahorro económico por aumento de la eficiencia (mediante automatismos, termostatos, etc.) en base a la que recuperar la inversión. Eso sí, el control y la monitroizacion no sirven de nada si la avalancha de datos no se procesa y/o no genera una reacción. Es absurdo medir la contaminación atmosférica o acústica si no se responde ante los problemas que se detecten. En cualquier caso probablemente el escenario futuro, de escasez energética, no nos va a dejar elegir: la eficiencia pasará de ser optativa a ser obligatoria, y con ella el conjunto de medidas que transforman una ciudad actual en una "ciudad inteligente".

En último lugar me gustaría apuntar una observación, dirigida a los amantes de las escenas futuristas tipo Minority Report: hemos señalado ya que los mayores crecimientos urbanos se darán en los países subdesarrollados, la prioridad allí seguirá siendo ordenar la expansión para que no se sobrepase la capacidad de reacción y de acogida.

¿Lagos, Nairobi, Manila o Yakarta ..."smart cities"?

En estas ciudades, antes de pensar en elementos ultrasofisticados, habrá que conseguir las metas mínimas de salubridad basándonos en la ingeniería urbana clásica, como paso previo indispensable.