viernes, 22 de marzo de 2013

Calidad urbana


Uno de los efectos positivos que ha traído el fin del urbanismo expansivo en España es que por fin todos los agentes -urbanistas, gestores públicos y privados- hemos vuelto la mirada de nuevo a la ciudad consolidada. Hemos girado la cabeza, hemos dejado de pensar en hormigonar el horizonte, y nos vemos forzados a ordenar el decrecimiento. Debemos proponer e incidir sobre lo existente. Muchas ciudades no necesitan más viviendas, necesitan mejores viviendas, mejores entornos urbanos, una excelente muestra de ello es el Plan Centro de Madrid, redactado por el estudio de José María Ezquiaga:




Pero más allá de la almendra central nuestra ciudad adolece de graves problemas cualitativos a los que no se ha prestado la debida atención en el pasado. Uno fundamental es que 800.000 habitantes de Madrid residen en la corona de expansión construida entre 1950 y 1980, en un parque inmobiliario edificado con una baja calidad de origen, y que ha cumplido ya varias décadas de antigüedad. Estos ámbitos disponen de suelo ya urbanizado en excelentes ubicaciones próximas al centro de la ciudad, dotado de adecuadas infraestructuras de servicios y de redes de transporte. Son sin duda  áreas con grandes oportunidades, y sin embargo se encuentran en claro declive. Renovar el tejido urbano y el parque edificado -quizá mediante densificaciones en altura- y dinamizar la actividad económica en estas zonas -impulsando el comercio de proximidad, y diversificando sus actividades económicas- son objetivos deseables y alcanzables. Veremos si el Anteproyecto sobre Rehabilitación, Regeneración y Renovación Urbanas en proceso de tramitación por el Ministerio de Fomento facilita estas metas.


Otro problema es la inserción de cuñas de uso residencial en zonas industriales o terciarias que carecen de los servicios adecuados (comercio, equipamientos educativos y sanitarios) para garantizar el bienestar de sus residentes (poco exigentes, o de paso en estas zonas de precio económico). Un ejemplo es  el entorno de Julián Camarillo, un área en principio industrial en el este de Madrid que acoge en la actualidad multitud de hoteles y lofts en antiguas naves reconvertidas. El efecto simétrico también se da, pero con consecuencias mucho menos negativas: a escasa distancia -en la zona comprendida entre Arturo Soria y la Plaza del Liceo Francés- se ubican multitud de empresas en suelo calificado como residencial. Este intercambio de papeles es tan sólo un ejemplo de cómo el monocultivo excesivamente planificado desde la verticalidad va a menudo encontra del desarrollo espontáneo propuesto por la ciudadanía e impuesto por la realidad, que suele tender de facto a configurar espacios de usos mixtos (aunque ilegales, según los rígidos planes vigentes), mezclando actividades, y desplazando los usos previstos por los urbanistas.

La conclusión sería que al final la realidad acaba siendo siempre más fuerte que el papel, y nuestra realidad es movida, empujada, por la fuerza de la oferta y la demanda que rige el precio del suelo (ante la pasividad de quienes han de aplicar la disciplina urbanística, pero que no cuentan con medios ni respaldo político para actuar de oficio). Es estéril planificar si no se controla el precio del suelo para mantener el orden previsto, ni se invierte en control y vigilancia de los usos del territorio.
El nuevo Plan General de Madrid en proceso de elaboración parece que va a hacer posible esta mezcla de usos, a través de directrices flexibles, que entiendo responderán con la implantación de dotaciones en función de indicadores de demanda por áreas. En palabras de su redactor, José Luis Infanzón, no se trata de actuar como el director de la puesta en escena de una obra de ballet -donde cada movimiento está previsto por una rígida coreografía- sino de establecer unas pautas como las que comunica un entrenador de esgrima, que transmite a los tiradores las directrices para que intervengan del mejor modo en cada circunstancia, asumiendo una dinámica de acción-reacción. Confiemos en el éxito de esta filosofía.


jueves, 21 de marzo de 2013

1998-2008 Crecimiento sin base


Como he superado los 35 y por tanto oficialmente ya no soy joven, puedo permitirme historias propias de abuelo cebolleta. 

Al empezar a trabajar allá por 2002 me llamaban mucho la atención los planes y proyectos urbanísticos de épocas previas, a los que empecé a tener acceso. Era increíble ver -ya en los tiempos del PC y el plotter- planos monocromos de acetato y tablas llenas de cifras escritas a máquina. Recuerdo en concreto un plan parcial + proyecto de urbanización de los años 70 en un pueblo próximo a la A-1 (al norte de Madrid), que comenzaba su memoria justificando la necesidad de dicha obra, en base a un anexo demográfico en el que se fundamentaba la demanda de nuevas viviendas en el municipio debido a la tendencia cuantificada/medida de crecimiento poblacional de los 15 años previos al proyecto. Extrapolaban dicha tendencia a los siguientes 10 años, y se cifraba la necesidad de nuevas viviendas en X. La citada ampliación puntual del pueblo cubriría  menos de un 50% de dicha demanda, de lo que se deducía que la futura edificación, venta y ocupación de las viviendas del nuevo ámbito estaba más o menos garantizada (atención, sí, he dicho ocupación: el éxito de un planificador radica en que los nuevos barrios sean habitados, no en legar a la SAREB miles de viviendas vacías). De hecho cuando 30 años después el proyecto cayó en mis manos las parcelas se habían ocupado en su totalidad, las previsiones poblacionales se habían cumplido, y lo que había entonces era un riesgo en el suministro de agua potable, al haber descendido el nivel freático en la zona (la urbanización se abastecía de aguas subterráneas), pero esto ya no viene al caso.  
Aquel no era un estudio justificativo muy sofisticado, ni muy exacto, pero al menos "era" un estudio justificativo... no volví a ver uno nunca más entre todos los proyectos posteriores que redactamos en la década de borrachera inmobiliaria, multiplicando por dos o por tres la capacidad de alojamiento de tantos municipios. Un contra ejemplo a aquel plan de los 70 podría ser otro que redactamos en 2008 por encargo de un inversor norteamericano: 2.200 viviendas (unos 7.000 nuevos residentes) para un municipio de 928 habitantes, por supuesto con un campo de golf que se preveía regar tratando las aguas residuales generadas en la nueva urbanización, (y sin plan de contingencia por si el número de usuarios de lavabos e inodoros no era el esperado). El argumento empleado para defender la futura ocupación del ámbito era que estaba ubicado en una de las salidas de la AP-41, a 25 minutos del centro de Madrid. Hoy esta autopista es el paradigma de obra mal concebida: transporta tan sólo a 1.800 vehículos de media al día como suma de ambos sentidos.

Un título para todos estos hechos podría ser "cuando la labor de planificación no hace honor a su nombre".



Si se hubieran seguido unas mínimas reglas de sentido común en la década 1998-2008 quizá jamás hubiéramos llegado a construir un millón de viviendas al año al calor del flujo de dinero barato que llegaba del norte de Europa, y quizá ahora no estaríamos tan maniatados por la deuda adquirida. Digo yo... con cierto sentido de responsabilidad y culpa compartida, pues nuestro colectivo fue partícipe del fenómeno.