jueves, 19 de julio de 2012

La ciudad de los niños

El título de esta entrada es un homenaje al pensamiento de Francesco Tonucci alrededor de la deriva urbanística que ha devenido en unos entornos urbanos hostiles a la infancia, que deberíamos revertir.

 

En la infancia se tiene otra percepción distinta del mundo: el tiempo parece infinito, está ralentizado porque todo llama la atención, hay muchas más novedades en el día. Cuando ya de mayores viajamos suele ocurrir de nuevo esto: una semana parece un mes, porque la mente ha salido del circuito de la rutina, y vuelve a estar atenta al entorno. Tratar de mantener la mirada del niño sería bueno para todos nosotros, eliminaríamos los filtros que criban la información que nos llega a la parte consciente de nuestra mente, y así nos asaltarían preguntas que no nos hacemos: ¿por qué lleva ese solar de al lado de casa tantos años sin ningún uso? ¿a quién pertenecerá?, y, si su dueño no lo edifica, ¿no podría recuperarlo el ayuntamiento y ajardinarlo?...en el barrio casi no hay parques; (en este punto cabría darle una charla al niño curioso sobre propiedad privada y calificación del suelo, esas cosas de mayores que a veces van tan en contra del sentido común).

Seguridad, diseño, accesibilidad, contenido y uso del espacio público... del urbanismo dependen todos estos factores interrelacionados. Si fuésemos tan sabios como los pequeños, insisto, nos preguntaríamos también porqué las ciudades no están hechas para poder ir a cualquier lugar andando. Teo -el protagonista de las lecturas pedagógicas de los 80- lo hace: él vive en esa ciudad ideal tan segura como para poder jugar en la calle, y en la que el trabajo de sus padres, el cole, las tiendas y el parque están a pocos minutos caminando desde su casa. "Vive en un tejido urbano mixto, diverso, equilibrado", diría un mayor, en esa misma jerga en la que le podríamos explicar a quien lo pregunte que muchos barrios nuevos no tienen jardines próximos a las viviendas porque "al computar ya como zona verde el perímetro que separa al barrio de las autopistas que lo rodean, se cumplen los estándares del reglamento, y no hace falta insertar zonas ajardinadas a costa de parcelas edificables". Incomprensible pirueta numérica, (y trístemente real). 





Todo para el coche. 
Hay un chiste que dice que el 'urbanista' más influyente del siglo XX ni siquiera aspiraba a serlo: Henry Ford. A que sus criaturas transiten o dormiten hemos sacrificado gran parte del espacio de nuestras ciudades, y ellas han posibilitado todo un modo de vida, el de la dispersión urbana. Barrios alejados, a los que uno llega en su vehículo del trabajo o de la compra, aparca en su garaje, y llega a su vivienda sin haber pisado la calle; el lugar de todos se queda vacío, y se sustituye por la comunidad cerrada, la recreación de la plaza del pueblo donde, esta vez sí, los niños pueden jugar (únicamente con niños de su misma clase, claro está). Nunca se sale a pasear alrededor de la urbanización, porque no hay a dónde ir, tan solo comunidades y más comunidades al otro lado de los muros... sin la vigilancia que supondrían las ventanas de los vecinos, la calle sin tránsito se vuelve un lugar inseguro.

Un niño no sabrá de urbanismo formal, pero está cargado de espontaneidad, de capacidad de observación, y de creatividad. Desde plataformas como Otro Hábitat o Chiquitectos tratan de canalizar toda esa capacidad para transformar las ciudades de hoy... o de mañana.