Acabo de leer
este ensayo, por recomendación de mi compañera Iskra, y creo que
vale la pena reseñarlo. En él Branko Milanovic aborda las siguientes cuestiones (ojo, spoilers):
¿Es inevitable la desigualdad? y, sobre todo, ¿es
positiva o negativa?
La desigualdad es
inherente a todos los sistemas de organización social desde el inicio de la
civilización=especialización=segregación de los individuos en grupos, en
función de lo que cada uno de ellos ofrece al conjunto de la sociedad y por
tanto en función del valor que el resto de la sociedad otorga a lo que cada uno
aporta.
La teoría
económica clásica indica como efecto positivo de la heterogeneidad de rentas
que la existencia de clases altas genera un
incentivo en las clases menos pudientes, define un estilo de vida que
supone un referente al que aspirar y que motiva a cada individuo a esforzarse
para lograrlo, lo cual contribuye al progreso general del conjunto de la
sociedad. Desde Adam Smith a Milton Friedman esto se ha denominado la "sana ambición
que vela por la armonía del mundo", pero yo lo llamo la teoría de la zanahoria y
el asno, y como explicación no creo muy firmemente en ello: la gente que
conozco no aspira a ser un Dan
Bilzerian, sencillamente somos muy felices con un nivel moderado de
prosperidad, una vez cubiertas nuestras necesidades materiales e inmateriales básicas.
Como clase media del s. XXI nuestra esperanza de vida, nuestras oportunidades
de acceso a la información, nuestra capacidad para disfrutar del ocio, para viajar,
o para alcanzar la autorrealización son mucho mayores que las que pudiera tener
a su alcance un aristócrata en el s. XVIII… bien podríamos valorar esto y sernos
indiferente lo que haga el 1% más pudiente de la sociedad, si no fuera por lo
siguiente: el desequilibrio de poderes.
Por un lado la excesiva acaparación de capital por un reducido número de
personas produce a su vez concentración de poder en una élite, élite que adopta
medidas destinadas a proteger los privilegios de los pocos que la conforman, en
detrimento de la mayoría. Por otro lado el efecto contrario, el ataque de una mayoría de
desposeídos hacia los miembros de la élite y sus bienes, es igualmente injusta…
y sin embargo ambas fuerzas contrapuestas llevan moviendo el péndulo de la
historia desde el neolítico. Milanovic hace diversos análisis regionales e
históricos (sumamente interesante el estudio del fallido experimento soviético,
que conoció de primera mano en su juventud) para que el lector saque sus propias
conclusiones a la hora de definir los umbrales de equidad que producen una
expansión de la prosperidad en beneficio de la mayoría, sin eliminar los
incentivos que sustentan el progreso. Estas premisas no las enumera el autor,
pero las imaginamos:
- Que la franja de menor renta tenga garantizados los elementos fundamentales de la pirámide de Maslow (sustento, vivienda, salud).
- Que se dé la movilidad entre segmentos, para que la sociedad aproveche el 100% del potencial de todos sus miembros, y no se limite a sacar partido del talento de una élite impermeable.
- Que se premie e incentive la innovación, y la optimización de procesos en el marco de una economía de mercado transparente, con suficiente competencia, pero que también se de una asunción de riesgos y responsabilidades por parte del sector privado.
- Que haya unas reglas ecuánimes a nivel global: actualmente los trabajadores del mundo desarrollado y los del mundo subdesarrollado compiten en condiciones desiguales: los primeros cuentan a priori con mayor cualificación y mejores medios de producción, y los segundos con un coste laboral mucho menor, unos medios de producción en mejora continua, y un marco legal mucho más laxo en materia medioambiental, laboral, y de seguridad y salud en el trabajo, lo que resulta injusto para ambos tipos de trabajadores.
- La necesidad de moderación demográfica, ante todo entre los países en desarrollo con altísimos índices de natalidad, que, de lo contrario verán frenadas sus aspiraciones a unos mínimos niveles de prosperidad.
- La
adaptación de los países desarrollados frente a un escenario de cronicidad en su
estancamiento, o incluso de
decrecimiento, frente a lo cual habrán de implementarse medidas de disminución
de las tensiones sociales, como ya están experimentando en Holanda
o Finlandia.
¿Está logrando la globalización crear una clase
media global creciente?
Cabe en primer
lugar definir la globalización según los dos pilares teóricos principales en
los que se basa: a) la libre circulación
de capital y bienes, y b) la libre circulación de personas. Ambos pilares
tan solo se han dado simultáneamente en el ejemplo de integración de la Unión Europea;
de manera extensiva el conjunto de acuerdos comerciales que dan forma a la
globalización se han centrado en permitir únicamente la circulación de capital
y en suprimir aranceles, pero las barreras a la emigración permanecen. Dicho
esto, de momento lo que se ha transmitido como unos de efectos positivos de la
globalización, la creación de una clase
media global, es tan solo un éxito parcial: Milanovic delimita este
segmento en 850 millones de personas, y lo hace considerando el conjunto de la
población mundial y de la renta global, (europeos, norteamericanos y japonenes
caen por encima del segmento y son considerados en su mayoría “clase alta”,
dentro de estas regiones solo los más humildes serían “clase media mundial”:
ésta está conformada fundamentalmente por asiáticos, y una estrecha franja de
latinoamericanos, mientras los africanos caen por debajo. Bien, pues esta “clase media” (15% de la
población) genera y disfruta tan solo del 4% de la renta mundial, cuando el 1%
que encabeza la distribución (las clases altas de los países desarrollados: 60
millones de personas) generan y disfrutan del 13% de la renta. Vivimos en un mundo altamente
desigual: si se quiere disminuir la
desigualdad global hay dos formas evidentes: equiparar las rentas medias de los
países, y paliar las desigualdades internas de manera extensiva.
¿Se están produciendo
estos fenómenos? ¿en qué medida? para conocer la evolución de la desigualdad general
hay que responder a los siguientes tres puntos, los dos primeros son vectores
que aumentan la desigualdad global, y solo el tercero juega a favor de su
disminución:
1)¿están aumentando, en general, las desigualdades
dentro de cada nación?
Por lo general, sí. Al hilo de lo ya
expuesto por Noam Chomsky en Réquiem por el Sueño Americano,
pone el ejemplo del país más rico del mundo, y el tercero más poblado: la
desigualdad en EEUU alcanzó su mínimo en los años 70 (Gini de 0,35), desde
entonces la renta disponible por las clases medias en PPA no ha aumentado (aunque
sí la naturaleza de los bienes que se pueden adquirir, gracias al progreso tecnológico,
lo que impulsa la percepción de prosperidad creciente), mientras que el 1% de la población que encabeza la
distribución de ingresos ha pasado de disponer entonces del 8% de la renta al
16% en la actualidad, con un Gini de 0,47. El aparato fiscal redistributivo
parece estar averiado desde Reagan, al igual que el ascensor social (la mejor
igualdad de oportunidades la garantiza un sistema educativo asequible y de
calidad homogénea). El caso es que -esto
es una apreciación mía- en esta desigualdad
creciente, y en la frustración de las clases humildes, puede estar la clave
de los últimos resultados electorales… paradójicamente Trump ha recogido los
frutos de la indignación por los mismos hechos que denunciaba Sanders, la
diferencia entre uno y otro radica en que Trump apunta hacia culpables
externos, y Sanders señalaba a responsables internos… la gente siempre prefiere culpar a enemigos de
fuera.
2)¿están creciendo, por término medio, más deprisa
los países ricos, o los pobres?
La realidad
(quizá contraintuitiva) es que, en las últimas décadas, y aún a pesar del
estancamiento de los países desarrollados durante la presente crisis, se sigue
dando una divergencia y no una convergencia económica, el siguiente caso es el
más frecuente, con dos grandes excepciones, como se verá en el punto 3:
País desarrollado X: renta per cápita año t=30.000$, crecimiento=0,6%
-> renta per cápita año t+1=30.180$
País subdesarrollado Y: renta per cápita año t=3.000$, crecimiento=5,0%
-> renta per cápita año t+1=3.150$
Resultado: la brecha entre X e Y en el año t+1 se ha ensanchado. A ello
contribuye también el crecimiento demográfico de los países subdesarrollados
(hay que dividir el PIB entre más “cápitas”). Esta disparidad entre países
sitúa el Gini
mundial en 0,63, una cifra comparable a la de los países con mayores desigualdades
internas, como Sudáfrica.
3)¿Están China y la India creciendo más deprisa
que los países ricos?
Sí: son las
grandes excepciones al punto anterior y entre las dos naciones suponen el 35% de la población mundial. En el caso de la India el
crecimiento (7,6% en 2015-2016) compensa la baja renta de partida inicial,
mientras que China ha alcanzado ya un nivel medio de riqueza suficiente como
para que la brecha se cierre respecto a los países desarrollados, incluso con
cifras de crecimiento algo más moderadas que las de la India. El problema en
ambos megapaíses es de desequilibrio regional, tan solo determinadas regiones
se están subiendo al tren de la prosperidad, mientras extensísimas zonas
rurales siguen sumidas en un profundo subdesarrollo, foco de inevitables
tensiones presentes y futuras.
Puntos fuertes del ensayo:
Milanovic describe
muy bien las diferentes regiones del mundo: los países de Latinoamérica por un
lado y los estados de EEUU por otro son relativamente homogéneos entre sí (en el caso de LATAM el ratio de rentas entre
el país más rico (Chile) y el más pobre (Nicaragua) es de 5,4 a 1, y en EEUU
esta ratio se limita a ser 1,5 a 1 entre New Hampshire y Arkansas), y muy
heterogéneos internamente (conviven en un mismo espacio clases muy dispares,
llegando Brasil y Bolivia a índices Gini próximos a 0,60). Sin embargo en Asia
y Europa se da una mayor homogeneidad intrapaís (Ginis en la franja 0,25-0,35),
pero mucha más disparidad interpaís (ratio de rentas entre Japón y Bangladesh
de 32 a 1, o de 27,5 entre Luxemburgo y Albania).
Hace además
análisis históricos muy interesantes, por ejemplo narrando la descomposición de la URSS en
1991 desde un punto de vista original, por el cual la república más rica
(Rusia) decidió soltar lastre y emanciparse del rosario de repúblicas asiáticas
y europeas que de un modo otro recibían subsidios del estado central.
Puntos débiles:
Es meramente
descriptivo del hecho de la desigualdad, pero no se mete a analizar las causas,
como sí aborda Jared Diamond en Sociedades
Comparadas.
Por otro lado hace
una interpretación de la crisis actual según la cual ésta fue desencadenada por la
desequilibrada participación de ricos y pobres en la riqueza generada en el
periodo 1975-2005, efecto que se palió mediante la concesión de crédito de los
primeros a los segundos (los bancos son meros intermediadores), lo que originó
tensiones especulativas que acabaron en terremoto cuando se demostró la
incapacidad de las clases medias y bajas para devolver lo prestado (un flujo
crediticio que en la UE se dio desde el norte hacia el mediterráneo). Esto describen bien parte del proceso, pero deja
de lado la raíz del problema, los motivos primarios de la debacle ¿por qué dejaron de pagar las
clases medias y bajas las deudas adquiridas? Para responder hay que recurrir a
una lectura más materialista/Keynesiana de lo ocurrido: la primera ficha
en tirar ese dominó fue el repunte del precio de materias primas, entre ellos el petróleo
como elemento transversal. Sencillamente, en 2008 se dio el primer choque contra
el techo de cristal que suponen los recursos limitados del planeta.
Un techo
que nos obligará en el futuro a esforzarnos en dos direcciones:
Primer reto: desacoplar la economía del uso de
recursos. Si, siendo poco
más de siete mil millones de personas producimos
ya una huella que excede la capacidad del planeta, o volcamos todos nuestros
esfuerzos en este objetivo, o estamos abocados al fracaso como civilización. En
este sentido son interesantes, y pasan demasiado inadvertidas, las propuestas
en torno a la economía circular (referencias aquí y aquí) que ponen el foco en la transición hacia sistemas basados en energías renovables, reducción de la generación de residuos
(desde la fase de diseño de los bienes de consumo) e intensificación del reciclaje,
midiendo y optimizando el ROI energético de cada paso dado por el sistema
económico y minimizando las externalidades que producen (siendo las más graves
el cambio climático y la pérdida de biodiversidad).
Segundo reto: recurrir a fórmulas de reparto más
ecuánime de la riqueza mundial, incluso asumiendo que la tarta a repartir no
puede crecer indefinidamente. A su vez, esto pasa por dos puntos de los que, de nuevo, se habla poco:
Resulta muy
sorprendente que Naciones Unidas, al definir los 17 Objetivos
de Desarrollo Sostenible que en 2015 reemplazaron los Objetivos del Milenio (lamentablemente solo se alcanzaron de forma parcial), omita la moderación
demográfica como una meta deseable, y siga haciendo hincapié en la ilusión del
crecimiento ilimitado (objetivo número 8), cuarenta años después de la publicación
de Los
Límites del Crecimiento.
Cierro con un ejercicio
que Milanovic no acomete, pero que resulta simple y elocuente. ¿Qué pasaría si de un día para otro se
abriesen las compuertas entre países y entre clases sociales, y se lograse un
hipotético Gini mundial de 0, es decir: la igualdad total?
El PIB Mundial en
PPA según
el FMI fue de 106.971.970·106$ en 2014, lo que, dividido entre
los 7.200·106 de habitantes de ese año, arroja una renta per cápita
media global de 14.857$/persona·año, por lo tanto, el rasero por el que toda la población
mundial se igualaría es equiparable (según se ve aquí)
al nivel de renta de países realmente modestos, como Costa Rica, Tailandia, Argelia o
Colombia: esto sería una gran noticia para el África Subsahariana, pero supone un
decremento enorme para Europa, Japón y EEUU, e incluso se halla por debajo de
la renta de países moderadamente desarrollados como México, Rumanía o Turquía.
Si vives en un país desarrollado, seguramente quieras seguir siendo parte de la élite del mundo, al tiempo que miras con recelo a la élite de tu país, sin ver que ambos desequilibrios, el que disfrutas y el que sufres, son igualmente injustos.
Si vives en un país desarrollado, seguramente quieras seguir siendo parte de la élite del mundo, al tiempo que miras con recelo a la élite de tu país, sin ver que ambos desequilibrios, el que disfrutas y el que sufres, son igualmente injustos.
¿Lograremos ser
menos para tocar a más? ¿llegaremos a acabar con las injusticias y equilibrar
la distribución de la riqueza? ¿conseguiremos aprovechar mejor los recursos para
minimizar nuestro impacto en el planeta? ¿podremos hacerlo en un escenario
de precios energéticos incierto?
Sin duda nos
encontramos en una encrucijada, hagamos una mínima contribución personal a todo
ello sacando estas cuestiones a debate.