Ayer escuchaba este podcast sobre la vida y obra de Miguel Delibes en el que a partir del minuto 35:12 se aborda el contexto temporal de éxodo y sangrado demográfico de Castilla y León en el que Delibes desarrolló su obra, y que la impregna de nostalgia y desarraigo. Es algo que se ve muy claramente en este gráfico de una de mis anteriores entradas sobre demografía entre 1950 y 1980:
Esto me ha llevado a preguntarme cómo sería nuestro país de mantenerse la distribución demográfica de diferentes periodos históricos, es decir, cuáles serían las provincias más y menos pobladas si los casi 47 millones de habitantes que tenía España en el censo de 2011 se repartiesen según el peso relativo que tenía cada región en el pasado. El resultado se puede ver a continuación en tres cuadros.
Reparto de la población actual según la distribución demográfica del censo de Floridablanca de 1787 (etapa preindustrial):
Según la distribución demográfica de 1787 habría hoy en España 20 provincias por encima del millón de habitantes (frente a 13) y la relación entre la población de la provincia más poblada y la de la menos poblada sería de 6:1 entre La Coruña y Álava (frente a 68:1 entre Madrid y Soria en 2011)
Reparto de la población actual según la distribución demográfica del censo de 1900:
Según la distribución demográfica de 1900 habría hoy en España 18 provincias por encima del millón de habitantes (frente
a 13) y la relación entre la población de la provincia más poblada y la de
la menos poblada sería de 11:1 entre Barcelona y Álava (frente a 68:1
entre Madrid y Soria en 2011)
Reparto de la población actual según la distribución demográfica del
censo de 1950, justo en los albores del gran éxodo del campo a la ciudad
que aceleró la tendencia que se venía dando desde la industrialización
(nótese que fue la evolución a una economía de servicios la que provocó
la gran migración de 1950 a 1980):
Según la distribución demográfica de 1950 habría hoy en España 16 provincias por encima del millón de habitantes (frente
a 13) y la relación entre la población de la provincia más poblada y la de
la menos poblada sería de 19:1 entre Barcelona y Álava (frente a 68:1
entre Madrid y Soria en 2011)
Este ejercicio de demografía-ficción ilustra hasta qué punto hemos pasado de una distribución más o menos homogénea de la población, coherente con la capacidad portante del territorio en la etapa de economía agrícola, a una gran disparidad en términos de densidades, por la concentración de la población en las grandes ciudades en la fase de economía de servicios.
Ya trabajando con
dato real y no con las simulaciones anteriores vemos que en 1787 la provincia más densamente poblada era Pontevedra, con unos 74 habitantes/km2, y la menos densamente poblada Ciudad Real, con unos 9 habitantes/km2; la relación entre una densidad y otra era de 8,5:1.
En 2011 sin embargo la provincia más densamente poblada es Madrid, con 800 habitantes/km2, y la menos densamente poblada Soria, con 9 habitantes/km2, la relación es de 88:1
Pero, más allá del desequilibrio en cómo se distribuye población, cabe hablar de otros dos grandes desequilibrios que se dan en dos aspectos socioeconómicos fundamentales: la renta, y el envecimiento poblacional. Ambos se aprecian muy bien en los mapas mostrados en el apartado de
estadística experimental del INE.
1) La brecha norte-sur en términos de renta:
2) El gravísimo problema de sostenibilidad demográfica del noroeste debido al envejecimiento de su población:
Hay un último hecho que poner sobre la mesa: si bien en la segunda mitad del siglo XX el medio rural de las provincias de la España central se vació, sus capitales de provincia aumentaron su población, captando parte de la emigración de su alfoz. Sin embargo
la despoblación está llegando ya a estas ciudades intermedias.
Dicho todo lo anterior ¿cómo afectan estos desequilibrios al desarrollo económico -y social, humano- del país?
¿qué cabe esperar sobre la estructura demográfica de España?
La primera pregunta tiene respuestas diferentes según desde qué prisma se responda.
Evidentemente los residentes en el medio rural en declive demográfico ven con enorme preocupación la sostenibilidad de sus servicios elementales, y con ella la garantía de su bienestar. Los subsidios desde los ámbitos urbanos más prósperos para mantener dichos niveles de bienestar compensan en gran parte estos desequilibrios y prolongan en el tiempo la pervivencia de algunos núcleos, pero el dilema es complejo: ¿hasta qué limite de alumnos se ha de mantener abierta una escuela? ¿cuál es la población mínima para que haya un centro de salud en funcionamiento?
Desde el punto de vista urbano, hay una justificación al crecimiento de las grandes ciudades en términos de eficiencia económica.
Geoffrey West describe muy bien en sus análisis las economías de escala que alcanzan las grandes ciudades en diversas dimensiones, la innovación es una de ellas (por ejemplo se demuestra un crecimiento superlineal del número de patentes respecto al tamaño de una ciudad). Esto tiene una explicación evidente: las interacciones creativas entre el ámbito académico y el empresarial se dan ante todo en las ciudades, el encuentro entre quienes tienen una idea de negocio y el capital que la puede financiar se produce también más a menudo en eventos y procesos que se celebran en la ciudad. A
Richard Florida le han acusado de elitista por poner de manifiesto estos fenómenos y hablar incluso de una "clase creativa" eminentemente urbana, pero hasta hace poco la realidad y el éxito de las grandes ciudades -y de estas en España sólo podemos contar 2- ha sido patente.
La segunda pregunta, que apunta al futuro, es mucho más incierta en tanto nos hallamos inmersos en el shock de la COVID-19 y sus efectos en todos los planos: sanitario ante todo, pero también economómico y social. Ante una crisis que puede durar aún un tiempo, ¿no pueden revertirse algunas de las tendencias de las que hemos hablado? ¿no encontrarán en pueblos y pequeñas capitales un refugio con menores costes de vida los afectados por la precariedad laboral y el desempleo? Ahora que teletrabajo se ha extendido
sin que esto merme la productividad de las empresas que han podido implantarlo, ¿hasta qué punto será imprescindible volver a la presencialidad 5 días por semana una vez se hayan superado los riesgos sanitarios? Con todo ello, ¿decidirán muchos antiguos urbanitas mudarse, o esta
tendencia es tan solo un efecto puntual y efímero?