jueves, 31 de diciembre de 2020

Arquitectura y estética

No sé si alguna vez he llegado a comentar por aquí que a la hora de elegir carrera dudé bastante entre arquitectura, ingeniería de caminos, e ingeniería aeronáutica. A través de mi padre hablé con un arquitecto y un ingeniero de caminos, y me convenció el segundo (no llegué a hablar con ningún ingeniero aeronáutico, pero en todo caso esta carrera la tenía como tercera opción). A pesar de aquella elección he mantenido el interés por la arquitectura entre mis muchas aficiones, y, lo que son las cosas, he acabado dedicándome finalmente (o por el momento) a cuestiones que tienen más relación con la tecnología que con la ingeniería civil y el diseño urbano. Sin embargo, el tiempo y el contacto con la profesión de la arquitectura en los estudios en los que trabajé como ingeniero urbanista en mi primera etapa profesional confirmaron que no hubiera disfrutado estudiando tal carrera, porque en realidad la arquitectura que más me gusta hace décadas, casi un siglo, que ya no se practica: tengo una querencia hacia la arquitectura tradicional y hacia los estilos pasados que hubiera sido un condicionante muy fuerte a la hora de asumir determinados preceptos con los que, entiendo, es necesario comulgar según lo que se enseña hoy en día en las escuelas de arquitectura. Hubiera sido un alumno díscolo, defendiendo a contracorriente unos estilos que se consideran superados (o, ¿quién sabe? hubiera cedido y modificado mi forma de pensar, mimetizándome después de un tiempo con el resto de compañeros y profesores).

Me voy a explicar mejor a través de ejemplos, pero no me voy a remontar al clasicismo greco-latino, a la arquitectura románica, gótica o barroca, de las que ante todo nos han llegado obras monumentales, religiosas o palaciegas. El recorrido lo iniciaré en el siglo XIX con los estilos historicista y eclecticista, mediante la enumeración de una serie de arquitectos cuyas obras aún podemos disfrutar hoy en día, y que me parecen admirables. 

Salvo que indique lo contrario, las fotografías son mías y están en su mayoría en esta cuenta de instagram:

  • Aníbal González, autor de la Plaza de España de Sevilla (para la exposición iberoamericana de  1929), o del edificio ABC de Madrid.

 
...la cara del fabricante de ladrillos 
cuando recibió el pedido para moldear y hornear 
estas piezas, o la cara del albañil 
cuando tuvo que armar el puzzle 
debieron ser un poema...
 

 
Fotografía de Rafa Esteve

  • La arquitectura vinculada a las infraestructuras traía siempre aires de más allá de los Pirineos, podemos apreciarlo en las Oficinas centrales de la Compañía de Ferrocarriles de Madrid a Zaragoza y a Alicante (MZA). Obra del ingeniero francés Víctor Benoît Lenoir (1863)


  • Luis de Landecho, autor de proyectos como el hotel Ritz o el edificio de motores de la Sociedad de Gasificación Industrial, ambos en Madrid.


  • Juan de Madrazo y Kunt. Siguió el interés por la arquitectura gótica que demostró Viollet-le-Duc -pero con mayor rigor y menos invenciones de las que el francés aplicó en la restauración de Notre Dame- y restauró la catedral de León; además diseñó ex novo edificios como el palacio del Conde de Villagonzalo, en la plaza de Santa Bárbara de Madrid.


Fotografía: Luis García

  • Ricardo Velázquez Bosco puso su foco en la arquitectura institucional; son proyectos suyos la Escuela de Ingenieros de Minas, el Ministerio de Fomento y el de Educación, pero también el palacio de Velázquez (de ahí su nombre, no por el pintor Diego) en el parque de El Retiro, y el de Cristal (exposición filipina de 1887). Fue, además, profesor de Antonio Palacios.

No hay ganas, tiempo, dinero,
ni -en la mayoría de los casos- habilidad 
como para diseñar y ejecutar 
una forja así hoy en día

  • Luis Bellido y González, trabajó en la transición del historicismo al modernismo, una de sus obras más conocidas es el Matadero de Madrid, actual centro cultural.
 


Modernismo: es el estilo cumbre de la artesanía, muy exigente en horas de diseño y de ejecución. No tenemos tantos ejemplos en Madrid, y es obligatorio remitirnos a Barcelona como primera mención en esta lista (omitiendo a Gaudí, por ser demasiado obvio y reconocido):
  • Lluís Domènech i Montaner, su Hospital de la Santa Creu i Sant Pau es una obra excepcional del higienismo, con sus pabellones independientes para atajar contagios, pero conectados por galerías (quizá la pandemia de gripe de 1918-20 tuvo algo que ver en esta decisión en su diseño). Recordad la fecha de su inauguración: 1930... será el canto del cisne de la ornamentación en la arquitectura.


 


 
Fotografía: Carlos Delgado

Y ya que hemos pasado de las obras de carácter público a las residenciales, cierro la serie de referencias con imágenes random de más edificios de viviendas neoclásicos, eclécticos e historiciestas que puedes encontrar paseando por el centro (Gran Vía) y por los ensanches del siglo XIX de Madrid, fundamentalmente Chamberí, Argüelles y el Barrio de Salamanca (sí, son unos pastelazos de merengue, pero, como digo, me encantan): 
 


 

 



¿Y qué pasó? ¿por qué se abandonaron estos estilos para ser reemplazados por una arquitectura mucho más austera, que es la que conforma hoy la mayoría del volumen edificado de nuestras ciudades? (fijáos aquí en el poco peso relativo que tienen los inmuebles anteriores a 1940 entre los >122.000 edificios de Madrid)
 
En definitiva: ¿qué pasó para que llegásemos a una escena urbana dominada por ejemplos así?



 
Pasó el racionalismo. Y a mi modo de ver este llegó por alguno de los tres factores de los que hablaré a continuación, (o por la combinación de todos ellos).
 
1] Evolución natural y destrucción creativa: toda generación siente el deseo de Edipo de matar a la generación precedente (buen ejemplo de ello fue el Manifiesto de La Alhambra, redactado en la posguerra española para sumar al país a las corrientes arquitectónicas internacionales). Así, el racionalismo puede verse como la reacción natural e inevitable al predominio del academicismo hasta principios del siglo XX. He decir que hay una etapa temprana del racionalismo que me parece maravillosa, antes de que las tres vacas sagradas de la dicsciplina -Le Corbusier, Mies van der Rohe o Frank Lloyd Wright, ninguno de ellos titulado en arquitectura, curiosamente- declarasen la ortogonalidad como nuevo patrón a seguir, en contra de la tendencia natural del cerebro humano a sentirse reconfortado por las formas curvas, o las formas orgánicas. Algunos ejemplos de aquel racionalismo iniciado por el movimiento Bauhaus y que incluso podría clasificarse aún como Art Déco -pues apostaba todavía por las curvas y biseles- son los cines de los años 30 de Luis Gutiérrez Soto, el edificio Carrión de Gran Vía (Luis Martínez Feduchi y Vicente Eced) o el edificio de La Equitativa en c/Alcalá 118 (Fernando Arzadún e Ibarraran):
 


 
2] Las vanguardias: si nos salimos del ámbito de la arquitectura para tomar perspectiva vemos que a principios del siglo XX muchas disciplinas artísticas comienzan a primar la originalidad sobre la belleza clásica, creando nuevos cánones respecto de lo que se considera no ya hermoso, sino atrevido, audaz, moderno, renovador... En este documental -muy recomendable- Roger Scruton desarrolla la idea. Los ejemplos son muy transveresales y casi simultáneos, la Primera Guerra Mundial parece ser un punto de inflexión: 
  • En 1917 Marcel Duchamp provoca al establishment burgués con su "elaborada" obra la fuente:
 

Rodin murió en noviembre de ese mismo año, 
por un lado me gustaría saber cómo recibió la provocación dadaísta, 
por otro, espero que no llegase a verla...
  • En la década de 1910 Schönberg desarrolla el concepto de música atonal y lo decanta en el dodecafonismo. En 1921 declararía que su creación iba a "asegurar la supremacía de la música germana sobre la francesa o la rusa durante los siglos venideros"... (ya hay que ser fatuo: si la música germana domina aún el panorama de la música culta es por gigantes como Bach, Mozart y Beethoven) 
  • Kansinsky, Mondrian, Francis Bacon se ciscaron en el arte figurativo precedente, pero apreciar las vanguardias no debería ser incompatible con seguir disfrutando de Velázquez, Goya, o Vermeer.      
3] La economía: en “ornamento y delito” (1908) Adolf Loos explica claramente su proclama en términos de ahorro de tiempo, de aumento de la productividad.  

"El ornamento encarece, por regla general, el objeto; sin embargo, se da la paradoja de que una pieza ornamentada con igual coste material que el de un objeto liso, y que necesita el triple de horas de trabajo para su realización se paga por el ornamentado, cuando se vende, la mitad que por el otro. La carencia de ornamento tiene como consecuencia una reducción de las horas de trabajo y un aumento de salario. El tallista chino trabaja dieciséis horas, el trabajador americano sólo ocho. Si por una caja lisa se paga lo mismo que por otra ornamentada, la diferencia, en cuanto a horas de trabajo, beneficia al obrero. Si no hubiera ningún tipo de ornamento, situación que a lo mejor se dará dentro de miles de años, el hombre, en vez de tener que trabajar ocho horas, podría trabajar sólo cuatro, ya que la mitad del trabajo se va, aún hoy en día, en realizar ornamentos.

El ornamento es fuerza de trabajo desperdiciada y por ello salud desperdiciada. Así fue siempre. Hoy significa, además, material desperdiciado y ambas cosas significan capital desperdiciado."

Hay que poner en contexto lo que pasaría a continuación: dos guerras mundiales diezmaron a los trabajadores, y una avalancha migratoria del campo a la ciudad obligó a edificar más que nunca antes, y a mayor velocidad. En apenas tres décadas a partir de la publicación de ese manifiesto -hace 110 años- los arquitectos racionalistas, en connivencia con los promotores inmobiliarios, suprimieron la artesanía de sus proyectos, profesiones enteras prácticamente desaparecieron (estuquistas, escultores...) o redujeron su intensidad en mano de obra mediante la simplificación de sus tareas (carpinteros, cerrajeros, pintores, e incluso los propios arquitectos).
Para poder hacer más con menos esfuerzo solo cabía simplificar mediante las formas rectas, fácilmente industrializables, y suprimir todo elemento no funcional. Con ello privaron a la ciudadanía del placer de la escultura en la calle, en las fachadas (quiero recalcar que toda mi añoranza por la arquitectura previa a Loos se basa en la estética, y se focaliza en los volúmenes y fachadas: las distribuciones interiores de las viviendas del siglo XIX eran a menudo terribles, e inclumplían las condiciones mínimas de ventilación, iluminación, y salubridad). 
 
Vale la pena leer el libelo íntegro dejando a un lado el clasismo (incluso el racismo, cuando habla de los primitivos Papúas a los que tanto les gusta tatuarse) que emana un texto escrito hace más de un siglo según el punto de vista actual.
 
¿La consecuencia? aquí ya voy a caricaturizar:




 
 
Lo que sí se salva del escrito de Loos es su crítica a la obsolescencia impuesta por los cambios de moda en los estilos. Un objeto, un edificio, han de ser agradables mientras duren, no solo recién fabricados o construidos. Ahora bien, ¿acaso no sigue siendo agradable la arquitectura del s XIX? ¿no son los centros y ensanches de ciudades como París, Budapest o Barcelona los que más vistitantes atraen, los que más cotizados están frente a las zonas edificadas en décadas posteriores?  
 
Aquí hay que hacer un inciso para matizar algo importante: no se han de comparar elementos incomparables, los barrios del XIX que han sobrevivido son los burgueses, las barriadas obreras fueron demolidas y es injusto contrastar los edificios de renta alta del XIX con edificios de rentas bajas del XX, por eso los tres ejemplos que he puesto más arriba para hablar del deterioro de la escena urbana los he tomado del distrito de Salamanca de Madrid.
 
Voy a ir cerrando esta confesión o desahogo mencionando que aún quedan arquitectos contemporáneos historicistas (a menudo denostados por sus compañeros, que les tildan de retrógrados). De haberlo sabido a mis 18 años, igual me hubiese animado a cursar aquitectura y a sumarme a esta corriente heterodoxa y minoritaria.

Un ejemplo es Rob Krier. Su Edificio Artklass en Bilbao es del año 201, aunque recupera el estilo ecléctico. Lo hace incluso emulando algo tan característico del urbanismo del s XIX como era la división de la manzana en parcelas distintas, mediante fachadas aparentemente diferentes (sobre una estructura común).
 

 
El británico Quinlan Terry va más atrás en el tiempo, y ejerce una arquitectura neoclásica alineada con el movimiento de renacimiento de la arquitectura tradicional.

Hablando de este movimiento han de mencionarse dos premios, uno nacional y otro internacional: 
  • Concurso internacional Richard H. Driehaus, de una cuantía económica superior al celebérrimo premio Pritzker de arquitectura contemporánea (intuyo que hay cierta competencia entre ambas familias de mecenas de Chicago por lo que leo aquí)

Por último, he de reconocer que me incomoda coincidir en la visión de lo que es buena arquitectura con... ¡Donald Trump! La administración saliente del gobierno de EEUU en una de sus últimas decisiones antes de ceder el testigo al equipo de Joe Biden decretó que los edificios gubernamentales deben evitar la arquitectura contemporánea:

"In the 1950s, the Federal Government largely replaced traditional designs for new construction with modernist ones. This practice became official policy after the Ad Hoc Committee on Federal Office Space proposed what became known as the Guiding Principles for Federal Architecture (Guiding Principles) in 1962. The Guiding Principles implicitly discouraged classical and other traditional designs known for their beauty, declaring instead that the Government should use “contemporary” designs.

The Federal architecture that ensued, overseen by the General Services Administration (GSA), was often unpopular with Americans. The new buildings ranged from the undistinguished to designs even GSA now admits many in the public found unappealing. In Washington, D.C., new Federal buildings visibly clashed with the existing classical architecture. Some of these structures, such as the Hubert H. Humphrey Department of Health and Human Services Building and the Robert C. Weaver Department of Housing and Urban Development Building, were controversial, attracting widespread criticism for their Brutalist designs.


 (...)

It is time to update the policies guiding Federal architecture to address these problems and ensure that architects designing Federal buildings serve their clients, the American people. New Federal building designs should, like America’s beloved landmark buildings, uplift and beautify public spaces, inspire the human spirit, ennoble the United States, command respect from the general public, and, as appropriate, respect the architectural heritage of a region. They should also be visibly identifiable as civic buildings and should be selected with input from the local community.

Classical and other traditional architecture, as practiced both historically and by today’s architects, have proven their ability to meet these design criteria and to more than satisfy today’s functional, technical, and sustainable needs. Their use should be encouraged instead of discouraged.

Encouraging classical and traditional architecture does not exclude using most other styles of architecture, where appropriate. Care must be taken, however, to ensure that all Federal building designs command respect of the general public for their beauty and visual embodiment of America’s ideals."

Creo que esta medida es muy discutible por dos razones elementales: si se hubiera aplicado en el pasado se habría congelado la evolución arquitectónica en los edificios de promoción pública, y de aplicarse en el futuro (imagino que se derogará) anclará estas obras en cierto anacronismo.

Sin embargo abre un debate necesario al respecto de interpretar la voluntad popular y escuchar a los ciudadanos como usuarios de las ciudades y de sus edificios: hay mucho aún por hablar e interiorizar por parte de muchos arquitectos que son juez y parte en la cuestión, y que se escudan en argumentos como este, dichos desde una especie de torre de marfil: 


Un intento de cerrar en falso la cuestión apuntando a un "conocimiento inaccesible a profanos", cuando en realidad lo que se ejerce es una defensa al ultranza del adoctrinamiento recibido, del  pensamiento único a favor de la arquitectura de vanguardia. 

¿Y si sí se han leído tales libros, pero se disiente, como ya en 1962 hizo el indiscutiblemente erudito Lewis Mumford en su artículo The case against Modern Architecture? ¿acaso hay que estudiar arquitectura con mentalidad acrítica? Me alegro en ese caso de no haber cursado dicha carrera. 

Dos conclusiones al respecto de esta cuestión: 

  • El cerebro humano se reconforta ante detalles y volúmenes que emulan las formas naturales, y se siente fuera de lugar ante el monolitismo y la desnudez, aquí uno de los artículos que lo han analizado
  • Por tanto, si preguntamos a los ciudadanos una gran parte de la arquitectura moderna probablemente salga mal parada (a falta de una encuesta más formal he dado con esta), merecería la pena sistematizar mejor la participación ciudadana ante la escena urbana, cosa que han avanzado en este estudio los amigos de 300.000km/s

Por cerrar, recomiendo aquel artículo en el que el entrañable y admirado José Ramón Hernández -contrario a cualquier tipo de revival arquitectónico- llegó a dudar de sus creencias sobre lo que es buena arquitectura, hablando precisamente del edificio de mi escuela de ingeniería, esa horrible masa de hormigón en bruto.