jueves, 20 de agosto de 2020

Internacionalismo a principios del siglo XXI

Para que este espacio no envejezca mal no suelo escribir sobre la actualidad (fenómenos de onda corta), pero todavía en agosto de 2020 no sabemos si la COVID-19 lo es, o si, por el contrario, sus consecuencias pasarán a los libros de historia con mayor protagonismo que los de otras coyunturas similares (pandemia de 1918-20, sin ir más lejos). 

De lo que sí estoy convencido es de que esta crisis poliédrica (sanitaria en primer lugar, pero también económica, social, educativa, etc.) podría haberse afrontado mejor con una perspectiva global. Es un gran contraste que en el plano científico sí se dé un espírtitu de colaboración y transparencia a nivel internacional (y menos mal), mientras que en el plano político-gubernamental esta compartición de conocimiento no se traduce en unos protocolos de gestión coherentes y de eficacia medible y contrastada... al menos lo que los ciudadanos percibimos es que se improvisa y se inventa n veces la rueda de forma descoordinada, y esto sucede de un país a otro, e incluso de una región autónoma a la vecina. El único punto positivo que veo es que esta diversidad de "soluciones" locales puede servir para identificar las medidas más eficaces por el método de prueba y error (a costa de quienes ejerzan -o ejerzamos- de conejillos de indias en los experimentos fallidos).

Evidentemente la coordinación internacional es imprescindible también para encarar el mayor reto de onda larga al que nos enfrentamos: el calentamiento global, y resulta sumamente frustrante que actores tan relevantes como EEUU rompieran hace tiempo el consenso. Todo ello nos lleva a reflexionar sobre la mala salud que el internacionalismo demuestra en nuestra época. Sería algo muy decepcionante para sus pioneros, si pudiéramos resucitarles y contarles cómo es el mundo a principios del siglo XXI. Estoy pensando en una serie de personas concretas cuya intención me provoca sopresa en algunos casos, y admiración en todos. Por orden cronológico, antes de la Segunda Guerra Mundial tuvimos a: 

La propuesta de Rosika Schwimmer fue el germen de una entidad que pervive aún hoy en día, el Movimiento Federalista Mundial: tras la Segunda Guerra Mundial el mundo se hallaba conmocionado, deseoso de romper con la etapa anterior marcada por el nacionalismo que había derivado en tantos horrores. Además, se percibía que entidades como la Sociedad de Naciones habían fallado en su principal misión: arbitrar para evitar un nuevo conclicto de escala mundial, lastrada desde su origen por la falta de involucración de EEUU.

 

En ese Zeitgeist favorable al internacionalismo, a punto de terminar el conflicto mundial con broche nuclear y arrancando el nuevo pulso de la guerra fría, es cuando se establecen tres grandes logros de coordinación supranacional:

  • El orden económico diseñado en Bretton Woods mediante el pulso conceptual entre White y Keynes. En tanto el británico abogaba por una moneda mundial, el bancor (no se trataba de  una moneda en manos de los ciudadanos, sino que regiría los intercambios internacionales al modo en el que el ECU sirvió de instrumento para las exportaciones e importanciones dentro de la CEE antes de la entrada en vigor del Euro), su interlocutor estadounidense desestimó la idea -quería poner fin al periodo de hegemonía británica- para consolidar al dólar estadounidense como moneda de reserva intercambiable por oro (hasta 1972). Completaban el diseño de este nuevo orden sus brazos ejecutivos: el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (ambos en 1945), y la organización mundial del comercio (hubo que esperar a 1995). Sin duda fue un orden económico dictado por el orbe anglosajón vencededor en el conflicto -la Unión Soviética quedaba fuera, aunque en concreto White era admirador de su sistema de planificación centralizada, al igual que otros expertos en aquel momento- pero que dio pie a una prosperidad sostenida que transcendió fronteras durante las siguientes décadas. 
  • La creación de Naciones Unidas, a menudo criticada por múltiples motivos, pero cuyo balance global es sin duda positivo como foro de debate internacional y como simulacro para probar las dificultades de consenso a las que se enfrentaría un hipotético gobierno mundial. Vinculada a este hito cabe citar a Eleanor Roosevelt como coordinadora de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948).
  • La CECA, germen de la actual Unión Europea y -tras el Plan Marshall- el mayor ejemplo de solidaridad entre naciones que haya visto la historia, por muchas críticas que afronte desde 2008 hasta hoy. No se puede atribuir la idea a una sola persona sino a un conjunto de actores relevantes en la posguerra, en todo caso destacarían Schuman y Adenauer como arquitectos del eje cooperativo franco-alemán que hasta hoy conforma el cimiento de la UE.

Hecho el repaso de las ideas internacionalistas pasadas y de sus logros parciales, debemos mencionar el principal factor por el que pensar en un gobierno global es extremadamente utópico: a mi modo de ver es la desigualdad económica la que hace imposible alinear incentivos entre países para lograr una mayor cohesión, de igual modo que la diferente riqueza entre regiones de un mismo país es la que crea las mayores tensiones secesionistas. Y a su vez, será muy difícil acabar con la pobreza sin una coordinación internacional y en un contexto fundamentalmente competitivo, por lo que nos hallamos atrapados en un círculo vicioso.

Sobre la desigualdad y sus causas hay muchísima literatura, personalmente sólo me atrevo a recomendar los tres principales libros que he leído al respecto: 

  • Los que tienen y los que no tienen, de Branko Milanovic, libro del que ya hablé en su día.
  • Sociedades Comparadas, de Jared Diamond, que en su diagnóstico, alineado con el determinismo medioambiental, apunta al contexto geográfico como principal origen del desigual desarrollo de los países.
  • Por qué fracasan los países, de los profesores del MIT Daron Acemoglu y James A. Robinson, que señalan a los factores organizativos e institucionales como los elementos clave de la prosperidad. Según su tesis son las instituciones políticas inclusivas las que llevan a consolidar instituciones económicas inclusivas y a fomentar en última instancia la innovación tecnológica y la destrucción creativa (que sitúan como consecuencias, y no como causas del desarrollo). En este sentido la educación universal actúa como el mejor nivelador de oportunidades, como motor del ascensor social que finalmente desbanca a las oligarquías que se aprovechan de las instituciones económicas extractivas. Desde mi punto de vista es un gran libro, pero parcial y quizá simplista, pues explica fenómenos muy complejos de manera machacona a partir de estos sencillos elementos, recorriendo multitud de ejemplos a lo largo de la historia. Personalmente creo que acierta en muchos puntos, pero no debería descartar factores del determinismo ambiental para explicar la riqueza y su desigual distribución: fertilidad de un territorio en la etapa de economía agrícola, acceso a recursos en la etapa industrial, facilidad de las comunicaciones en la etapa de economía de servicios, o, en todas esas etapas, apertura a la innovación del marco cultural imperante, y fomento del pensamiento crítico y experimental. 
 

 Me gustaría cerrar con una nota optimista, y la encuentro en los dos sentidos temporales:

  • Desde el pasado: si pudiéramos hacerles ver a los pioneros del internacionalismo en qué punto nos encontramos en 2020 seguramente se decepcionarían, porque tenían las expectativas muy altas, sin embargo si le mostráramos al ciudadano medio europeo de 1914 o de 1939 cómo funcionamos en este espacio común con una moneda única y con libre circulación de personas y servicios, sin duda se asombraría para bien.   
  • Desde el presente y hacia el futuro: hoy existen ya planos, como el digital, en los que no existen fronteras. La globalización cultural es imparable, lo que tiene como cara A que un adolescente de Camberra pueda tener más intereses comunes con uno de Valencia, Bogotá o Seúl con los que interactúe en redes sociales, plataformas de videojuegos o de música, que con un compatriota de mayor edad. La cara B de esta internacionalización se da en la pérdida de diversidad en muchos planos (el comercial uno de ellos), y si sumamos a la globalización de las cadenas de producción la desigualdad económica y de derechos nos encontramos con que en muchos países se recurre al dumping social, medioambiental o fiscal para ser competitivos (algo que un gobierno global debería resolver). 

Por último, la globalización digital ha generado un quinto poder controlado no por los ciudadanos sino por las multinacionales, cuyo mayor recurso son los datos. Creo que todos nos beneficiaríamos si se adoptasen unos estándares de protección de los derechos del individuo relativamente homogéneos y garantistas por un lado, y un marco que favoreciese la competencia en igualdad de condiciones (entre geografías y entre sectores) por otro. Si tuviera que hacer una apuesta, sin llegar a hacer un análisis probabilístico, y aunque parezca que haya involuciones puntuales proteccionistas, diría que la onda larga apunta hacia el internacionalismo en el futuro: muchos de los retos a los que nos enfrentamos no entienden de fronteras.